Él lo hizo

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martes

Conclusiones

El sufrimiento


 Si buscamos en el diccionario la definición de sufrimiento encontramos: Dolor, padecimiento físico o moral.
Si vamos a la enciclopedia, la definición es similar: El sufrimiento es la sensación motivada por cualquier condición que someta a un sistema nervioso al desgaste. El sufrimiento, como cualquier otra sensación, puede ser consciente o inconsciente. Cuando se manifiesta de forma consciente lo hace en forma de dolor o infelicidad, cuando es inconsciente se traduce en agotamiento o cansancio.
En cualquier caso ¿quién lo desconoce?
El sufrimiento es inherente al ser humano, todos nacemos desde el dolor de una madre a través de un estrecho canal. Todos, hasta que podemos hablar, sufrimos por no poder expresar nuestras necesidades mientras, los padres, angustiados,  se preguntan: ¿qué le pasará? Todos sufrimos desengaños, enfermedades, momentos difíciles, aún en el mero caso de tener que tomar una decisión y, la vida está llena de ellas.
No conozco a nadie que pueda decir que no ha sufrido en algún momento de su vida.
Pero es palabra tabú. No he escuchado decir: ¡Cuánto estoy sufriendo! Aunque sí muchas veces: “lo que debe sufrir esta persona” o ¡cómo lo estará pasando!
Y tantas otras veces, el tiempo lo cura todo. Y no es que no sea verdad, normalmente, es que dejamos pasar la oportunidad de sufrir de forma adecuada porque no afrontamos el sufrimiento, no sabemos y no queremos aprender.
¿Dónde estamos? En un tiempo en el que el bienestar es lo primero y lo que trata continuamente de esconder nuestra debilidad, evitando el que podamos aprender a vivir de verdad.
Sólo algunas preguntas muy sencillas:

·         ¿Has sufrido alguna vez?
·         ¿Cómo lo viviste?
·         ¿Crees que  sufrirás más?
·         Entonces ¿Crees que el sufrimiento forma parte de la vida del hombre?
·         ¿Estás preparado para sufrir?
·         ¿Sirve para algo el sufrimiento?

Seguro que la mayoría de las respuestas serían: Sí; Mal; Espero que no; Supongo; No; No.

Algunas frases sobre el sufrimiento:
·         Cristo está muy cerca de todos los que sufren. Juan Pablo II
·         Cristo establece su morada en los corazones que están sufriendo. Francois Mauriac
·         De cualquier modo que se llame tu espina, acéptala; es compañera de la rosa Rabindranath Tagore
·         De las nubes más negras, cae agua limpia y fecunda. Proverbio chino
·         Dios está en todos los hombres, pero no todos los hombres están en Dios; por eso sufren. Ramakrsina
·         Donde hay sufrimiento, hay suelo sagrado. Oscar Wilde
·         Donde quiera que alguien sufre, allí está Jesucristo. San Vicente de Paúl
·         Dos son las cosas que hacen madurar al hombre: el amor y el sufrimiento.  Johann Messner
·         El fruto del sufrimiento es estar cada día más cerca de Dios. Madre Maravillas de Jesús
·         El sufrimiento es el hilo con el que se va tejiendo la tela de la alegría. H.De Lubac
·         El sufrimiento es una especie de sacramento para quien lo recibe sin odio. Louis Evely
·         El sufrimiento interno es el seno materno de las obras inmortales. Arthur Schopenhauer
·         En la tribulación acude luego a Dios confiadamente y serás esforzado y alumbrado y enseñado. San Juan de la Cruz
·         En las fatigas y en los sufrimientos no se olvide que tenemos un gran premio preparado en el cielo. San Juan Bosco
·         En mil aflicciones, no son quinientas de ellas que cooperan para el bien del creyente, sino novecientas noventa y nueve más una – las mil. George Müller
·         Hace falta más valor para sufrir que para morir. Napoleón Bonaparte
·         La desdicha es grande, pero el hombre es aún más grande que la desdicha.  Rabindranath Tagore
·         La vida es un calvario. Conviene subirlo alegremente. San Pío de Pieltrecina
·         Las lágrimas son la sangre del alma.  San Agustín de Hipona 
·         Las pruebas a las que Dios os somete y os someterá, todas son signos del amor Divino y Perlas para el alma. San Pío de Pieltrecina
·         Dios no vino a suprimir el sufrimiento. No vino ni siquiera a dar una explicación. Vino a llenarlo de su presencia  Paul Claudel
·         El sufrimiento —como he escrito en la Carta Apostólica Salvifici doloris- no puede ser transformado y cambiado con una gracia exterior sino interior... Juan Pablo II
·         El sufrimiento en sí mismo puede esconder un valor secreto y convertirse en un camino de purificación, de liberación interior, de enriquecimiento del alma. Juan Pablo II
Este valor secreto del sufrimiento, tan difícil de ser tan siquiera planteado, es el necesario para recibir la unción con una adecuada disposición.
El sufrimiento, como la muerte, forma parte de la vida del hombre. Tiene un gran valor que hay que descubrir y vivido en Cristo deja de ser sufrimiento, es amor.
El sufrimiento es instrumento de salvación e instrumento corredentor.

11 de enero de 2011. Reflexión

He llegado a un punto en que no sé para qué todo esto. Sé que quieres que siga Abbá, pero no veo  claridad en esta exposición, no sé de qué ni a quién pueda servir.
De pronto endurecí mi discurso: ¡Tenemos que saber sufrir! ¡Estamos hechos para sufrir!  Y, a partir de aquí, un malestar y malhumor y falta de ganas y “abajo” de nuevo y me pregunto ¿por qué estoy así?
Me tienes inmersa en medio de distintas pruebas médicas y enfermedades propias y familiares. Así, en propia vivencia me hablas del sufrimiento, de su valor, de su sentido, del sentido de la vida y, en mi ignorancia, me vuelvo uno más, creo me enfado porque estoy cansada. Son muchos meses de enfermedad y vas incrementando el dolor a mi alrededor. Sé que quieres que aprenda, que mejore, que avance, pero sin ti no puedo, estoy tan cansada…
Reconozco un discurso duro, el mío, y sé que no es el tuyo. Tu Palabra es amor y misericordia ¿por qué llegué hasta esta dureza?
Por que mi aceptación, mi ofrecimiento, mi voluntariedad no son sinceras en el fondo. No sé vivir este dolor con alegría, la paciencia me falla y después pienso en tantos otros y me asqueo de mi actitud.
También, quizá, porque es necesario vivir el sufrimiento en ti y siento son tantos los que no son capaces, algunos tan siquiera de mirar hacia ti y otros rechazarte de lleno sin conocerte siquiera…
“Por ellos”
Lo siento Abbá. Ayúdame a seguir con esto, con mi vida con la enfermedad, con el sufrimiento, y haz que sea capaz de vivirlo como ese gran valor que no sabemos apreciar porque, en realidad, es un misterio escondido, tan  profundo… Pero con tu ayuda siento que alcanzable antes de que termine el tiempo terreno de cada uno.
Ahora sé como me siento, me siento como cuando escuché aquella lectura del libro de Job:
“El hombre da por su vida todo lo que tiene (decía Satán a Yahvé) Pero trata de ponerle la mano encima, dáñalo en los huesos y en la carne; te apuesto a que te maldice a la cara”. Respondió Yahvé a Satán: “Lo dejo en tus manos, pero respeta su vida.” (Jb 2, 4b – 7)
En aquel momento una intensa experiencia. Amargura, ira enfado contigo, no me dejabas salir de este pasaje.
Ahora sé por qué. Tú pones toda tu confianza en la fe que nos has dado. ¿Confiamos de verdad en ti?
El libro de Job es el libro del sufrimiento de cualquier hombre, que pasa por tantas etapas y quieres lleguemos hasta el final. Para ello la Unción.

¿Qué recibí de la Unción?


Mucha, mucha serenidad, paz incluso alegría, reforzó mi fe, me elevó a un estado de amor que no había conocido y la esperanza no flaqueó. Esto lo que yo sentí pero ciertamente los médicos manifestaron al final su admiración por la entereza en la enfermedad. Si supieran de mi absoluta cobardía…
Ahora veo que quizá fue efímero porque no lo supe mantener. Fue como una medicina sanadora y reconfortante del alma en momentos difíciles que me ayudó muchísimo con la enfermedad. En la siguiente operación se mantuvo su efecto pese a mi no saber estar y durante bastante  tiempo me han acompañado sus frutos.  Sin embargo ahora me doy cuenta que lo que le pudo faltar es lo que le faltó a mi voluntad de entrega y ofrecimiento, lo que le falto a mi confianza en Dios y al verdadero abandono en Él.
Sin embargo recibí una nueva conversión, un pasito más y, el saber, que la conversión es continua, cada día, cada instante, cada minuto…
Antes de la unción y durante la misma tenía una sensación finalista. Sí, el final de otra etapa del camino, el final de otra estación, cambio de tren.

La Unción: obra de misericordia.


Es un sacramento ¿por qué presentarla como obra de misericordia?
Repaso las obras de misericordia…
Obras de Misericordia Corporales:
·         La primera, VISITAR A LOS ENFERMOS.
·         La segunda, DAR DE COMER AL HAMBRIENTO.
·         La tercera, DAR DE BEBER EL SEDIENTO.
·         La cuarta, VESTIR AL DESNUDO.
·         La quinta, HOSPEDAR AL PEREGRINO.
·         La sexta, REDIMIR AL CAUTIVO.
·         La séptima, ENTERRAR A LOS MUERTOS.

Obras de Misericordia Espirituales:
·         La primera, ENSEÑAR AL QUE NO SABE.
·         La segunda, DAR BUEN CONSEJO AL QUE LO NECESITA.
·         La tercera, CORREGIR AL QUE VIVE EN EL ERROR.
·         La cuarta. PERDONAR LAS INJURIAS.
·         La quinta, CONSOLAR AL TRISTE.
·         La sexta. SUFRIR CON PACIENCIA LOS DEFECTOS DE NUESTROS PRÓJIMOS.
·         La séptima, ORAR A DIOS POR LOS VIVOS Y LOS DIFUNTOS.


Supongo que son muchas más. En este sentido tratar de esquematizar o resumir las obras de misericordia sólo debe tener un fin, que no nos olvidemos de ellas.
Los sacramentos son las obras de misericordia que Jesús nos legó en los sacerdotes para nuestras necesidades espirituales que son muchas.
¿Qué mayor obra de misericordia que entregar la vida por la salvación de los hermanos?
Jesús nos precedió con su inmensa misericordia. Tratemos de imitarlo, no centrándonos sólo en las obras de misericordia escritas, sino en realizar todas aquellas que se presentan a cada instante.
Ciertamente, al leer la primera obra de misericordia corporal, “visitar a los enfermos”, me doy cuenta de cuánta falta nos hace el recordarnos que están ahí, que necesitan consuelo, oración y ayuda. La unción, no impartida a un enfermo es una obra de misericordia no realizada.
Siento que vuelvo a endurecer el discurso pero, esta vez, sin enfado ni malestar, simplemente me estoy dando cuenta de cuánto nos olvidamos todos de este sacramento de sanación que Jesús nos entregó e impartió con profusión en su infinita misericordia y que no sabemos utilizar.

Tiempo de Misericordia, de sanación, de salvación, de penitencia eucaristía y unción.

Estamos en este tiempo. Después de la Plenitud de los Tiempos, tiempo de Jesús, tiempo en el que se nos ha dado la salvación, tiempo en el que se nos ha dicho todo, vienen los Últimos Tiempos, el Tiempo de la Iglesia, el Tiempo de la Misericordia.
Del Catecismo de la Iglesia Católica:
Dios ha dicho todo en su Verbo
65 "Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por su Hijo" (Hb 1,1-2). Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es la Palabra única, perfecta e insuperable del Padre. En Él lo dice todo, no habrá otra palabra más que ésta. San Juan de la Cruz, después de otros muchos, lo expresa de manera luminosa, comentando Hb 1,1-2:
«Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra [...]; porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado todo en Él, dándonos al Todo, que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa o novedad (San Juan de la Cruz, Subida del monte Carmelo 2,22,3-5: Biblioteca Mística Carmelitana, v. 11 (Burgos 1929), p. 184.).
Y, poniendo los ojos en Cristo, recuerdo sus palabras y acciones:
·         En todas sus curaciones.
·         En sus palabras.
·         En su inmensa compasión y misericordia.
·         En los pecados que perdonó.
·         En los sacramentos que nos dejó…
Y, sobre todo, le miro en la Cruz y en el pan y el vino CONSAGRADOS, SU CUERPO Y SU SANGRE,  entregado y derramada por y para nosotros. Y Él, en la Cruz, abrazando nuestras dolencias y pecados, sanándolos, es plena unción para mi alma.
Igual que Él derramó su Preciosa Sangre por nosotros, en su inmensa misericordia, derramemos nosotros nuestro sufrimiento con la misericordia que seamos capaces y ofrezcámoslo junto al vino para que Él lo santifique.
Recibamos en la Unción la fuerza para hacerlo.
Es el tiempo de la Misericordia de Dios, “Misericordia quiero y no sacrificios”, es el tiempo de ser misericordiosos, de compadecernos, de amar a los hermanos, de ofrecernos por ellos para alcanzar la Misericordia sobreabundante que Dios nos ofrece y quiere otorgarnos con todo su amor.

Y.., ¿la Unción?
¡Ahí está! ¡Ahí la tenemos!
Nos equivocamos: ¡Aquí está! ¡Aquí la tenemos! ¡El Señor nos la dejó! Sólo ¡Utilicémosla!
·         Para todos los sacramentos recibimos formación. Para la Unción no. Es necesaria una formación antes de la Unción. Breve, concisa, adecuada a cada persona, en la medida de su momento espiritual.
·         La unción no es sólo para la enfermedad grave ni para la vejez ni en el momento de la muerte. En estos momentos es necesaria y es obra de misericordia.
·         ¿Y las personas que acompañan al enfermo? Cuantas veces hay un enfermo inconsciente o que ha quedado impedido mentalmente y no se da cuenta de lo que pasa, otras tantas hay más de uno que sufre enormemente y mucho más que el enfermo. Donde hay sufrimiento intenso debe acercarse la unción.
·         La unción requiere de la voluntariedad a ser posible del enfermo, del ofrecimiento de su padecer y para ello hay que estar formado y consciente.
·         Las enfermedades no visibles no son menos importantes. En un tiempo en que la depresión, cuyo origen probable es la falta de sentido de la vida y el sufrimiento, sobreabunda, la ansiedad, la angustia.., la unción recobra todo su sentido, importancia y necesidad.
·         Las sanaciones de Jesús, guía para la unción. La unción en Betania, prefiguración. Getsemaní la unción de Jesús. La Cruz, la institución de la Unción para nosotros.
¿Por qué no la utilizamos dando a Jesús la oportunidad de volver a sanar a tanto enfermo, a tantas ovejas sin pastor?

12 de enero de 2010. Meditaciones.


Hoy, las lecturas que ofrece la Liturgia de la Palabra, son muy elocuentes para mí. Me animan a seguir insistiendo y a concluir este texto.
De la Primera Lectura toman realce las siguientes frases:
”… y de nuestra carne y sangre participó también Jesús…”
“… tiende una mano a los hijos de Abrahán…Por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos…”
“… Pues, habiendo pasado Él la prueba del sufrimiento, puede ayudar a los que la están pasando…” (Hb 2, 14 – 18).
Y el Evangelio: la sanación de la suegra de Pedro, enfermos y endemoniados.
Él quiso tomar nuestra humanidad, así, hecho uno de nosotros, conocida nuestra debilidad, su compasión y misericordia nos acompañan todos los días de nuestra vida.
Y no sólo a algunos, a todos, “Vayamos a otra parte,  a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido” (Mc 1, 38).

Condiciones para recibir la Unción: fe, esperanza y amor; voluntariedad y consciencia.


Dispuesto el corazón con la Palabra de hoy, trato de abordar este apartado. Como  casi todo lo relativo a la unción, podemos encontrar estas condiciones en el Catecismo:
1516 Solo los sacerdotes (obispos y presbíteros) son ministros de la Unción de los enfermos (cf Concilio de Trento: DS 1697; 1719; CIC, can 1003; CCEO. can. 739,1). Es deber de los pastores instruir a los fieles sobre los beneficios de este sacramento. Los fieles deben animar a los enfermos a llamar al sacerdote para recibir este sacramento. Y que los enfermos se preparen para recibirlo en buenas disposiciones, con la ayuda de su pastor y de toda la comunidad eclesial a la cual se invita a acompañar muy especialmente a los enfermos con sus oraciones y sus atenciones fraternas.
Es en este “recibirlo en buena disposición”, donde me quiero detener.
Creo, sinceramente y con el corazón, que sin necesidad de llegar a la enfermedad grave o la vejez, la simple disposición de un hombre o mujer que sufre, a recibir conscientemente la unción, es condición única para recibirla con toda la fe, el amor, la compasión y misericordia de que sean capaces el sacerdote y  la comunidad que lo acompaña.
Quizá, pidiendo perdón de antemano por mi atrevimiento, serían condiciones suficientes:
·         Estar en situación “sufriente”, como enfermo, como acompañante o como hombre que camina buscando sinceramente a Dios.
·         Pedir la unción con conocimiento del sacramento, lo que implica una formación previa.
·         Ofrecer a Dios, a través de la unción, con la ayuda del Espíritu, el sufrimiento padecido, unido a Cristo en su Pasión con verdadera fe y amor. De esta forma será un sufrimiento voluntariamente aceptado por amor a Dios y a los hermanos.
·         Mantener la esperanza encendida sabiendo que este ofrecimiento es un perfume de olor agradable a Dios, que será recogido por Él y derramado para la salvación de los hermanos, sin esperar nada a cambio.
1 – 2 Sufrir / Conocer el sacramento (formación) o viceversa Conocer el sacramento (formación) / sufrir.
3       Aceptar  y ofrecer voluntariamente  el propio sufrimiento.
4       Pedir la unción voluntaria y conscientemente.
5     Celebrar el sacramento con verdadera fe, amor, esperanza y entrega de todos los participantes, unidos a Cristo en Getsemaní.
6     Abandonarse en manos de Dios y aceptar lo que venga como lo que más nos conviene a cada uno.
Y, volviendo al Catecismo:
Cristo, médico
1503 La compasión de Cristo hacia los enfermos y sus numerosas curaciones de dolientes de toda clase (cf Mt 4,24) son un signo maravilloso de que "Dios ha visitado a su pueblo" (Lc 7,16) y de que el Reino de Dios está muy cerca. Jesús no tiene solamente poder para curar, sino también de perdonar los pecados (cf Mc 2,5-12): vino a curar al hombre entero, alma y cuerpo; es el médico que los enfermos necesitan (Mc 2,17). Su compasión hacia todos los que sufren llega hasta identificarse con ellos: "Estuve enfermo y me visitasteis" (Mt 25,36). Su amor de predilección para con los enfermos no ha cesado, a lo largo de los siglos, de suscitar la atención muy particular de los cristianos hacia todos los que sufren en su cuerpo y en su alma. Esta atención dio origen a infatigables esfuerzos por aliviar a los que sufren.
1504 A menudo Jesús pide a los enfermos que crean (cf Mc 5,34.36; 9,23). Se sirve de signos para curar: saliva e imposición de manos (cf Mc 7,32-36; 8, 22-25), barro y ablución (cf Jn 9,6s). Los enfermos tratan de tocarlo (cf Mc 1,41; 3,10; 6,56) "pues salía de él una fuerza que los curaba a todos" (Lc 6,19). Así, en los sacramentos, Cristo continúa "tocándonos" para sanarnos.
1505 Conmovido por tantos sufrimientos, Cristo no sólo se deja tocar por los enfermos, sino que hace suyas sus miserias: "El tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades" (Mt 8,17; cf Is 53,4). No curó a todos los enfermos. Sus curaciones eran signos de la venida del Reino de Dios. Anunciaban una curación más radical: la victoria sobre el pecado y la muerte por su Pascua. En la Cruz, Cristo tomó sobre sí todo el peso del mal (cf Is 53,4-6) y quitó el "pecado del mundo" (Jn 1,29), del que la enfermedad no es sino una consecuencia. Por su pasión y su muerte en la Cruz, Cristo dio un sentido nuevo al sufrimiento: desde entonces éste nos configura con Él y nos une a su pasión redentora.
“Sanad a los enfermos...”
1506 Cristo invita a sus discípulos a seguirle tomando a su vez su cruz (cf Mt 10,38). Siguiéndole adquieren una nueva visión sobre la enfermedad y sobre los enfermos. Jesús los asocia a su vida pobre y humilde. Les hace participar de su ministerio de compasión y de curación: "Y, yéndose de allí, predicaron que se convirtieran; expulsaban a muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban" (Mc 6,12-13).
1507 El Señor resucitado renueva este envío ("En mi nombre [...] impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien", Mc 16,17-18) y lo confirma con los signos que la Iglesia realiza invocando su nombre (cf. Hch 9,34; 14,3). Estos signos manifiestan de una manera especial que Jesús es verdaderamente "Dios que salva" (cf Mt 1,21; Hch 4,12).
1508 El Espíritu Santo da a algunos un carisma especial de curación (cf 1 Co 12,9.28.30) para manifestar la fuerza de la gracia del Resucitado. Sin embargo, ni siquiera las oraciones más fervorosas obtienen la curación de todas las enfermedades. Así san Pablo aprende del Señor que "mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza" (2 Co 12,9), y que los sufrimientos que tengo que padecer, tienen como sentido lo siguiente: "Completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1,24).
1509 "¡Sanad a los enfermos!" (Mt 10,8). La Iglesia ha recibido esta tarea del Señor e intenta realizarla tanto mediante los cuidados que proporciona a los enfermos, como por la oración de intercesión con la que los acompaña. Cree en la presencia vivificante de Cristo, médico de las almas y de los cuerpos. Esta presencia actúa particularmente a través de los sacramentos, y de manera especial por la Eucaristía, pan que da la vida eterna (cf Jn 6,54.58) y cuya conexión con la salud corporal insinúa san Pablo (cf 1 Co 11,30).
1510 No obstante, la Iglesia apostólica tuvo un rito propio en favor de los enfermos, atestiguado por Santiago: "Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que oren sobre él y le unjan con óleo en el nombre del Señor. Y la oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor hará que se levante, y si hubiera cometido pecados, le serán perdonados" (St 5,14-15). La Tradición ha reconocido en este rito uno de los siete sacramentos de la Iglesia (cf DS 216; 1324-1325; 1695-1696; 1716-1717).
Sólo una cuestión más
¿Realmente pensamos que estamos cumpliendo este mandato del Señor, o nos hemos quedado dormidos y vacilantes al respecto?
En este tiempo de misericordia es necesario revitalizar los sacramentos de sanación que el Señor nos dejó para nuestra salvación en Él.
                Quizá sea un cambio social más que sacramental (aunque en parte deba cambiar) llevará tiempo pero en algún momento hay que empezar. ¿No empezó Jesús de 0 a 100 en 3 años?

Frutos de la Unción, frutos del Espíritu


1520 Un don particular del Espíritu Santo. La gracia primera de este sacramento es una gracia de consuelo, de paz y de ánimo para vencer las dificultades propias del estado de enfermedad grave o de la fragilidad de la vejez. Esta gracia es un don del Espíritu Santo que renueva la confianza y la fe en Dios y fortalece contra las tentaciones del maligno, especialmente tentación de desaliento y de angustia ante la muerte (cf. Hb 2,15). Esta asistencia del Señor por la fuerza de su Espíritu quiere conducir al enfermo a la curación del alma, pero también a la del cuerpo, si tal es la voluntad de Dios (cf Concilio de Florencia: DS 1325). Además, "si hubiera cometido pecados, le serán perdonados" (St 5,15; cf Concilio de Trento: DS 1717).
1521 La unión a la Pasión de Cristo. Por la gracia de este sacramento, el enfermo recibe la fuerza y el don de unirse más íntimamente a la Pasión de Cristo: en cierta manera es consagrado para dar fruto por su configuración con la Pasión redentora del Salvador. El sufrimiento, secuela del pecado original, recibe un sentido nuevo, viene a ser participación en la obra salvífica de Jesús.
1522 Una gracia eclesial. Los enfermos que reciben este sacramento, "uniéndose libremente a la pasión y muerte de Cristo, contribuyen al bien del Pueblo de Dios" (LG 11). Cuando celebra este sacramento, la Iglesia, en la comunión de los santos, intercede por el bien del enfermo. Y el enfermo, a su vez, por la gracia de este sacramento, contribuye a la santificación de la Iglesia y al bien de todos los hombres por los que la Iglesia sufre y se ofrece, por Cristo, a Dios Padre.
En mi unción he sentido ese consuelo, esa paz y ninguna angustia ante la muerte, mi  confianza y fe en Dios y mi amor por Él, pensando que eran absolutos, han crecido y, una vez más, se hace patente la conversión continua a lo largo de mi vida como peregrina.

El ciego de Jericó


“Sucedió que, al acercarse él a Jericó, estaba un ciego sentado junto al camino pidiendo limosna; al oír que pasaba gente, preguntó qué era aquello. Le informaron que pasaba Jesús el Nazareno y empezó a gritar, diciendo: «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!» Los que iban delante le increpaban para que se callara, pero él gritaba mucho más: « ¡Hijo de David, ten compasión de mí!» Jesús se detuvo, y mandó que se lo trajeran y, cuando se hubo acercado, le preguntó: « ¿Qué quieres que te haga?» El dijo: « ¡Señor, que vea!» Jesús le dijo: «Ve. Tu fe te ha salvado». Y al instante recobró la vista, y le seguía glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al verlo, alabó a Dios.” (Lc 18, 35 – 43)
Por mucho que nos increpen sigamos clamando la misericordia de Dios y proclamando a voz en grito  nuestro amor y confianza en Él.
Jesús se compadece de nosotros, compadezcámonos de nuestros hermanos y ayudémosles a conocer la unción.
Sacerdotes del Señor enseñad este sacramento a los hombres e impartidlo con la misma profusión con que Jesús lo impartió.
Y, después de la unción, una entrega y servicio sincero.

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