Él lo hizo

Él lo hizo

domingo

Jesús y su humanidad.

 En paralelo a esta insistencia sobre la Unción, me inquieta una pequeña “luz” nueva que llega a través de varias homilías y lecturas.

Una cuestión, entre tantas otras, que son expresadas, que llegan a mis oídos y que no me plantean actividad intelectual alguna.
Siguiendo los niveles de conciencia de Lonergan, no llegan ni al primer nivel porque los sentidos no provocan una reacción en mí.
La disposición a escuchar está en declive y más aún la disposición a analizar lo que se escucha.
“Jesús era un hombre como nosotros, igual en todo excepto en el pecado”.
“Oído” tantas y tantas veces, aceptado pero no hecho mío, no analizado ni vivido como tal.
Unas palabras de Isaías despiertan mi interés:
“Pues bien, el Señor mismo va  a daros una señal: Mirad una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, al que pondrá por nombre Emmanuel. Comerá cuajada y miel hasta que sepa rehusar lo malo y elegir lo bueno.” (Is 7, 14 – 15)
Esta curiosidad me lleva a indagar sobre la infancia de Jesús.
En los evangelios, sólo en Lucas algún apunte: “El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre Él.” (Lc 2, 40)
De aquí, al bautismo en el Jordán, un hueco, de unos 30 años, en la vida de Jesús. De este tiempo sabemos se fortalecía, se llenaba de sabiduría y aprendía a rehusar lo malo y elegir lo bueno, estando la gracia de Dios sobre Él.
Necesitando algo más e informándome primero sobre la no validez de los Apócrifos, con el único objetivo de saber acerca de su humanidad, me aventuré en alguno de ellos, siendo consciente de mi total ignorancia y evitando interiorizar como válido dato alguno.
Son innumerables los escritos apócrifos, pero leí por encima los evangelios árabes y armenios sobre la infancia y el evangelio de Tomás, el más señalado en cuanto a la infancia de Jesús.
Muchas coincidencias, mucho milagro, casi mágico tal como me dijeron, pero que deja vislumbrar la humanidad de Jesús.
Jesús nació, como nosotros, hombre, sin bien es cierto sin pecado y con una concepción inmaculada, por obra y gracia del Espíritu Santo; Pero… ¿Él lo sabría o no?  ¿Como niño – hombre tuvo que aprender a distinguir el bien del mal? Parece que sí, que así lo quiso Dios Padre. ¿Tuvo que aprender quién era? ¿Tuvo que buscar a su Padre hasta saber de quién era hijo?
Estos treinta años de vida oculta, lejos de alejarnos de Él, siento nos podrían  acercar y en gran medida.
Como nosotros, nació hombre, revestido de carne, con cuerpo sangre y alma, (su humanidad) y lo que le diferenciaba (su divinidad) era, probablemente ignorada por Él en un principio (no sé donde me estoy metiendo pero algo me impulsa a seguir, evitando la fuerza de mis creencias), Él tuvo que descubrir quién era.
Quedándome con una mínima parte de los Apócrifos descubro cómo aprendió a rehusar el mal y a escoger el bien, cómo fue educado por distintos maestros a los que superaba con creces.
Ahora imagino: Jesús nace, como uno cualquiera de nosotros, sin conciencia de su divinidad y sin conciencia de la gracia de Dios que lo acompañó siempre. Poco a poco, aunque mucho más deprisa que nosotros, por voluntad de Dios Padre, fue descubriendo, a través de su estudio, de las cosas que, sin saber podía hacer, hacía y gracias al Espíritu Santo que reposaba en su alma en exclusividad hasta Pentecostés, quién era. Gran conocedor de las Escrituras llega a reconocer en ellas su propia vida y se abandona completamente al Padre que lo guía hasta el final.
El hermano mayor, el Unigénito y Primogénito, el Primero en todo, el que nos abre las puertas del cielo, en el que Dios Padre recapitula todo para nuestra salvación, en el que Dios Padre nos habla, el que estaba con Dios desde el principio, el que marca el camino. El camino, la verdad, la vida.
Aventuro: el que busca la medida en que somos capaces de recibir el Espíritu, el que lo envía a nuestra medida, el único capaz de Dios hasta Pentecostés, el que nos hace capaces de Dios, el que nos hace coherederos con Él, el que nos hace hijos de Dios, el que comparte con nosotros su divinidad, el que nos ama de tal forma que no podemos ni imaginar, el que nunca nos abandona ni nos abandonará hasta llevarnos, con Él y en Él, al Padre en la unidad del Espíritu Santo. El que pasando por nuestra humanidad vendrá a juzgarnos según la capacidad de esta humanidad, que bien conoce, y de la divinidad que nos haya correspondido compartir con Él…
El paralelismo  que aparece delante de mí ahora es grande, muy grande.
Paralelismo entre:
·         La historia del pueblo de Israel y mi propia historia o la de un hombre cualquiera.
·         La historia del pueblo de Israel y la historia de la humanidad.
·         La historia de la humanidad y mi propia historia o la de un hombre cualquiera.
·         La vida de Jesús y lo que debería ser mi vida o la de un hombre cualquiera.
·         La vida de Jesús y lo que debería ser la historia de la humanidad.
·         La vida de Jesús y la historia del pueblo de Israel cuando termine.
·         El misterio mismo de Jesús y el misterio de cada hombre.
·         El misterio de su encarnación y nuestra “encarnación”
·         El misterio de cada uno de los misterios que rezamos y el misterio de nuestra humanidad –divinidad concedida.
                  No puedo ir más allá, todo me sobrepasa. Sólo sé que empiezan a tomar forma algunas expresiones: “La Economía de la Salvación”,”las edades del hombre” “la mayoría de edad del hombre”…
Y reconozco en Jesús “Ecce Homo”, que aparece ante mí, a toda la humanidad recogida en Él, al  hombre perfecto, al hermano mayor que pasa por el sufrimiento, esa palabra que nos horroriza, pero, en definitiva el camino, la verdad, la vida como es, esa que tanto nos afanamos por adornar…               

Y es en Él en quien tenemos que mirar nuestra propia vida. Conocerle, amarle más cada día, como Él nos amó hasta dar su vida por nosotros, vivir como Él vivió, amando, escucharle, a Él, la Palabra, y aprender a vivir de su mano, sabiendo que Él lo hizo y nos hizo capaces y está siempre a nuestro lado.
Es, creo, muy importante reconocer la humanidad de Jesús, igual a la nuestra, no semejante, no, igual, exceptuando el pecado. Saber que pasó, al menos,  por lo mismo que pasamos nosotros y hacernos uno con Él en el sufrimiento natural del hombre.
Quizá todo esto parezca fuera de lugar pero creo es fundamental para entender el sufrimiento y la importancia de la unción que Él no tuvo y a nosotros se nos otorga y relegamos a un lado.

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