Él lo hizo

Él lo hizo

martes

Pasión y Unción

Getsemaní

Jesús comienza en Getsemaní su Pasión. Angustia, temor, exanguinación. ¡ESTÁ SOLO!
Los discípulos se han dormido, no rezan ni con Él ni por Él. Jesús les recrimina y no por Él, sino por ellos mismos: “Orad para que no caigáis en tentación”.
Es el momento: “¡Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya.”
Soledad frente a la enfermedad. La familia nos rodea pero su angustia es distinta, su temor y dolor son distintos, son del tipo del que nos enfrenta a la pérdida de un ser querido.
Sin embargo el temor, dolor y angustia del enfermo lo enfrenta a sí mismo, a su vida, al sentido de su vida, al sentido de su sufrimiento y, con Jesús, en Getsemaní, a la súplica: “Si quieres/puedes, haz que pase de mí este cáliz” (muchas veces, en la inconsciencia, la falta de confianza en Dios y su Poder).
Pero no como Él, en nuestro propio egoísmo pedimos la sanación, que se hayan equivocado los médicos, esperando el milagro; la esperanza, aunque errónea, hace su aparición en la tribulación, en la enfermedad, en el sufrimiento y, aunque sintamos haberla perdido, es la que nos mantiene alerta.
Si, casi, nos hacemos uno con Jesús en la súplica y en la esperanza, nos alejamos de Él en la voluntariedad: NO SE HAGA MI VOLUNTAD SINO LA TUYA”Fue éste el momento en que se hizo realidad lo que tantas veces escuchamos durante la Consagración, casi como de pasada: "VOLUNTARIAMENTE ACEPTADA"
“Entonces se le apareció un ángel venido del cielo que le confortaba. Y sumido en agonía, insistía más en su oración”.

Tanto tiempo en Getsemaní, con María, rezando el Rosario, tratando, al principio, de no dejarte solo, como los apóstoles, después, entrando literalmente en ti para cargar contigo la Cruz y nunca, nunca antes haber visto la Unción en Getsemaní.
No sé lo que viene, temo, sufro, suplico,  acepto y  ofrezco.
Enseguida llega el consuelo de Dios, aunque el sufrimiento permanezca, que me ayuda a orar con más verdad.
¡ESTA FUE LA UNCIÓN DE JESÚS!
Tantas veces manifestada en los milagros de sanación y expulsiones de demonios, necesaria para llegar a la fe de los primeros cristianos, de forma prefigurada que llevaba a la salvación del que era sanado, y que, en Jesús, en Getsemaní y, de nuevo en la Cruz, se cumple e instituye.
Buscamos palabras de unción en Jesús y no las hayamos, nos vamos hasta Santiago; buscamos gestos y signos de unción y no los vemos en las curaciones; buscamos el mandato de Jesús y lo vemos solo para los setenta y dos y los apóstoles y para aquel tiempo…
Y, sin embargo, está ante nuestros ojos cada día en el Altar, en cada oración verdadera en Getsemaní.
Jesús recibió la Unción siendo consciente y estando con fuerzas suficientes, antes de enfrentarse a la Pasión, siendo confortado por el Ángel aún sin tener necesidad de sanación ni conversión porque quiso enseñarnos el camino.

De Getsemaní a la condenación.

En la enfermedad, en la tribulación, la vida misma  de cada hombre y mujer es un “camino del calvario”. Distintas estaciones a lo largo de la vida nos han de marcar, y, en cada una de ellas tenemos la oportunidad de reencontrarnos con Dios. Él siempre está con nosotros pero en la calma no lo vemos, es en la tempestad, como los apóstoles, que sentimos el miedo y la turbación y entonces nos enfrentamos a nuestra debilidad, nuestra verdadera nada y buscamos al Único que nos puede ayudar, aunque no seamos conscientes de ello.
En Getsemaní, Jesús se enfrenta a su propia Pasión y muerte desde su humanidad. A cada paso del camino nos enfrentamos a momentos duros, todos y cada uno de nosotros. En este tiempo en que el sufrimiento de los hermanos se ha hecho tan patente ante mí, soy consciente plenamente del dolor, el sufrimiento, la incertidumbre, la enfermedad.., que empapa nuestro ser, así como del afán del hombre por apartarla lo más lejos de nosotros. Parece que si no lo vemos no está, si no es nuestra, ya nos tocará, “que cada palo aguante su vela”, es lo mejor que se nos ocurre.
Pero cada una de estas situaciones de cada persona es, o debe ser, un Getsemaní, una oportunidad para la conversión, para el ofrecimiento, para cumplir la voluntad del Señor, para la corredención, ya que Jesús nos hizo coherederos y corredentores, para la salvación de los hermanos como Dios mismo quería y quiere.
La traición de Judas, la mala respuesta de Pedro con su espada, los insultos, las burlas, el ataque de los hermanos, la condenación, son prácticas habituales en el día a día, muchas veces de forma soterrada, pero siempre presentes en la historia de la humanidad.
¿Quién no ha huido ante una situación de peligro para otros?
Jesús, en su Pasión, quiso que fuésemos conscientes de esto que hacemos como hombres, atendiendo a nuestra parte carnal, atendiendo a las tentaciones del maligno, cayendo en su poder.
¿Quién no puede referir en su vida alguna de estas situaciones vividas en primera persona, en cada uno de los distintos aspectos?
Como uno que está en la masa escondido y no se pronuncia, la tan traída y llevada “omisión” que es diaria y continua y de la que preferimos no percatarnos.
Como uno que instiga contra otro pero no quiere ensuciar sus manos, como uno que “machaca” a otro sin interesarse por su verdad, como uno que mira cómo otros sufren sin ablandar su corazón…
¿Quién no enjuicia, chismorrea, “pasa”…?
Muchas son las situaciones de los hombres en las que la Unción es necesaria, porque mucho es lo que hacemos que requiere sanación, porque mucho pecamos.

Ecce Homo

EL HOMBRE, Jesús, su humanidad, la humanidad entera en Él.
¡Míralo! ¡Míralo fijamente! Quédate en Él porque en Él estás.
Aparentemente un hombre como otro cualquiera, esto quería decirnos Pilatos, es de carne y sangre como vosotros, tiene lo mismo que vosotros.
¡Sigue mirándolo! ¿Qué ves en Él?
Veo la humanidad, herida, sufriente, con su Rey a la cabeza, coronado de espinas, la misma vida de cada hombre expresada en su más extrema dureza, la vida de la humanidad ante mis ojos.
¿No necesita ayuda, consuelo, sanación?
Jesús nos lo muestra con toda claridad al presentarse ante nosotros desnudo, ultrajado, herido en el cuerpo y en el alma. Estos somos nosotros.
Debemos formar parte de su cuerpo, y ahí estamos, en cada una de sus heridas, un cuerpo enfermo de dolor porque eso somos en este peregrinar, dolor, miseria, nada. Él nos ha hecho capaces pero no somos capaces de verlo…

Con la Cruz a cuestas


De nuevo ver reflejada la humanidad y su historia, cada hombre y su propia vida en este camino.
La indiferencia de los hermanos sino la “zancadilla”, el regodearnos en el dolor ajeno sin hacerlo nuestro, quizá el llanto por los que sufren sin pensar en que somos nosotros mismos y, de cuando en cuando una ayuda de un cirineo o una Verónica que nos presta su hombro para llorar y su pañuelo para secar nuestras lágrimas, ¡gracias a Dios!
Pequeñas consolaciones que normalmente llegan de nuestros seres queridos, nuestros amigos y familiares: un abrazo de Madre, alguien que se hace cargo de tu cruz por un trecho o te consuela o te ofrece vinagre.

Y, finalmente, la muerte


¡Todo está cumplido!

¿Realmente habremos cumplido como Jesús? Seguro que no, pero queda la medida de lo que hayamos cumplido, la medida que hayamos utilizado, la misericordia y la compasión que hayamos mostrado.
Por eso necesitamos de la Unción, no sólo de la Extremaunción y del Viático, sino de la Unción para ir adecuando nuestra vida a la voluntad de Dios, para ser corredentores primero y coherederos después, sin mérito alguno de nuestra parte, sino desde nuestra nada, desde nuestra pequeñez y miseria pero con su ayuda, pedida conscientemente, que nos transforme para que su cuerpo, que somos nosotros, vaya sanando, convirtiéndonos.
Mientras no cambiemos la idea de sufrimiento, a lo que mucho puede aportar la unción, y lo aceptemos como parte de nuestra vida y salvación, no concebiremos la muerte como lo que es y seguiremos temiéndola, cuando realmente deberíamos amarla como también el sufrimiento.
“Lo único que sabemos y tenemos claro  al nacer – dicen - es que vamos a morir.” Yo diría: “Lo que deberíamos tener claro al nacer es que vamos a sufrir, que tenemos que aprovechar este sufrimiento viviéndolo por Cristo, con Él y en Él,  para nuestra conversión y ofrecerlo, con verdadera fe, esperanza y amor, para nuestra salvación y para la  de nuestros hermanos, de tal forma que así  la muerte nos alcance la vida eterna en el Reino”.

Jesús es la Unción


Jesús, Pastor, vino a guiar a su rebaño: ES EL CAMINO; Jesús, Hombre, vino a rescatar a sus hermanos: con la Verdad porque Él ES LA VERDAD; Jesús Médico, vino a sanar a los enfermos: ES LA VIDA.
Jesús es la Unción de cada uno de nosotros porque se ha hecho “Cordero” para mostrarnos el Camino, se ha hecho Pastor para contarnos la Verdad y ha padecido con y por nosotros para llevarnos a la VIDA.
Su vida entre nosotros fue y es: el ungüento, la consolación, la ayuda, la guía, la luz, la sanación y la salvación de cada uno de nosotros.
Vivir la vida con Cristo, escondidos en Dios, es vivir en la recepción continua de la Unción. 

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