Visita a las monjitas de Lerma.
Reconocimiento del dolor causado por un NO en su momento. Mi espíritu de punta, mi cuerpo en depresión galopante.
Por aquel entonces sólo me consolaba abrir al azar la Biblia y vivir mi vida diaria según lo que ese día podía leer en las páginas que escogías para mí.
Escuchaba en el coche las canciones de las monjitas que me acercaban a ellas y con ellas cantaba, vivía, pedía, aprendía en la vida diaria.
El ratito de estar con ellas a través de sus canciones, me mostró la importancia de la comunión de los santos y de las oraciones de unos para con otros, perfume para ti.
Entonces aparece el árbol, un árbol al que debo ir, en cada meditación el mismo árbol. Sé que es una encina, pero es especial. Busco imágenes de encinas y, allí esta. La encina milenaria.
Creo recordar haber pedido la unción pero, no contemplada y aparentemente no bien pedida o no sé porqué, probablemente por el desconocimiento del sacramento, no la recibí).
Pues en mi camino, una vez más, los medios, la encina está donde mi hija juega un campeonato, durante un puente y mi marido no puede ir.
De forma inesperada, incoherente para lo que es mi vida familiar (nunca sola) voy a ir cuatro días sola a un hotel. Única obligación, asistencia a los partidos. Escojo el mejor momento para ir a la encina. ¡Y aquí estoy!
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